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Por: Alexander Martínez Rivillas |
Tres
hechos de los últimos días me convencen aún más de que el juego del poder
reside en su escala “molecular”, a decir de Michel Onfray. Y que el asunto
“estatal”, muy al estilo de Alain Badiou, se debe poner en función del
socavamiento radicular del poder, y no al revés. Por eso, resistirse a las
funciones dominantes del nivel doméstico y microlocal exige los mismos (o
mayores) compromisos que las luchas contra nuestros aparatosos regímenes nacionales
(los internacionales, los dejaré de lado).
Veamos
los hechos a los que me refiero: 1) una compulsión de agradecimientos al rector
de la Universidad del Tolima (UT), por parte de estudiantes, en relación a la
“matrícula 0” y otras dotaciones. 2) una propaganda infantilizadora e
instrumentadora de la comunidad universitaria, apelando a la gestión del rector
de la UT. Y 3) el “patronazgo” señorial de los gobernantes tolimenses cuando
fueron a socializar en las veredas o barrios, lo ya decidido en sus “agendas
invisibles”.
En
el primer caso, se emplean mayormente a mujeres matriculadas a los programas
del IDEAD, para hacer videos con el relato de que gracias a Mejía pudieron
estudiar. En otros, se exhibe a la población estudiantil recibiendo mercados,
tabletas y tarjetas de datos. En algunas ocasiones, se han usado a personas con
distintos grados de “invalidez”. El rector ha aparecido de fondo en muchas de
estas teatralizaciones, como si se tratara de una campaña electoral o
poselectoral, dibujando una sonrisa de satisfacción. La proximidad con Duque
repartiendo confites en el Chocó salta a la vista, lo mismo que las semejanzas
con los gamonales tolimenses que distribuyen tejas, presas de pollo y bultos de
abonos durante sus “fiestas de asunción”. ¿Qué hace que la UT sea hoy,
especialmente, el espacio desplegado de la típica politiquería de la región?
¿Qué hace que un rector actúe como un avezado político en campaña, y vea la
necesidad de exhibir las miserias de los demás? Para luego explotar una imagen
del “gran hombre” que otorga “dones” y “privilegios”. Las razones son variadas.
Pero, creo que ese libreto utilitarista de la pobreza de nuestros estudiantes y
de esa especie de patrilocalidad extendida y bien explícita (“todos mis hijos e
hijas vivirán bajo mi cobijo”), han sido posibles por la precariedad de una
comunidad académica en la UT. Lo que ha hecho Mejía con estos recursos públicos
es “enfermizo”, y no he visto algo similar en otras universidades
regionales.
En
el segundo caso, he podido percibir un patrón propagandístico que, además de
cumplir la función política del gamonal bienhechor, raya en el pensamiento
mágico o en la infantilización de la comunidad universitaria. Una vez el rector
de la UT firma un convenio interinstitucional, inaugura un pequeño analizador
de muestras de café, invita a una capacitación sobre cualquier tema, o expela
una palabra sobre un nuevo programa de pregrado o de posgrado (crédito que es
de los docentes, en buena medida), se atraviesan, como una invocación, las siguientes
expresiones de origen mágico-religioso: “para mejorar la calidad de vida de los
tolimenses”, “para mejorar la calidad de vida de los caficultores”, “lo que
mejorará la calidad de vida del campo”, “mejorando así la calidad de vida de
los tolimenses”, entre otras consignas.
¿Será
consciente el rector de los miles de factores implicados en alguna mejora del
bienestar de los tolimenses, y que estos no se reducen a una máquina de
laboratorio, o a la creación de un programa académico? ¿De dónde emerge ese afán de justificar, como
un alcalde de provincia, cada almuerzo que “da”, cada convenio que firma, cada
matrícula subsidiada, o cada metro cuadrado de pañete? Para mí la respuesta es
sencilla: se trata de impedir a toda costa que los medios críticos y la
comunidad universitaria noten y constaten que Mejía ha duplicado los costos del
personal administrativo en menos de tres años, y que tal expansión burocrática
es un descarado encubrimiento del pago de cuotas políticas, o de acuerdos
clientelares con fuerzas políticas externas e internas de la UT. La matrícula
cero es una farsa. Cada peso de la gobernación nos ha costado 1.5 pesos en
burocracia, tal como mostraré más adelante.
El
tercer hecho confirma algo sustancializado en nuestras subjetividades (encarnadas
y no abstractas, como lo hacen la mayoría de nuestros historiadores y
filósofos) desde la Colonia. “Etnografiando” en estos días la vida campesina de
algunas veredas de Villahermosa, Tolima, me encontré con esta perla. Un líder
comunal me relató que, en las reuniones programadas por la Alcaldía a finales
del año pasado, de cara a la conformación del listado de prioridades de algunas
veredas, se atrevió a preguntar por el monto total de recursos que recibía el
municipio del gobierno nacional para atender algunos rubros, e insistió en que
le aclararan sobre los montos disponibles para atender a su sector. La
funcionaria de planeación y el alcalde se negaron a contestar en detalle, por
supuesto. La asamblea campesina vio que las dudas habrían de quedar
irresueltas. Acto seguido, la profesora de una escuela veredal se incorporó con
indignación y le exigió al líder campesino que se guardara tales preguntas, que
las mismas eran tan ofensivas con las autoridades que podrían ocasionar el
rechazo de la administración, y que por definición eran irrespetuosas con el
alcalde, pues, en resumen, su figura misma encarnaba a una “buena persona”. Las
continuidades entre estos alcaldes y el rector Mejía son evidentes (sin
mencionar a los anteriores rectores, que actuaron más o menos igual). Es en el
presupuesto real donde se condensan las decisiones del poder político.
Estos
jefecillos empoderados temporalmente (y sus “cortesanos” y clientelas),
consideran que es “inmoral” preguntar por el uso de los recursos públicos,
cuestionar la bondad natural del “gamonal”, o recusar la legitimidad de la
autoridad. Incluso, llama la atención el tono “belicista” de la defensa
simbólica. Cuestionar de ese modo es “malo”, “agresivo”, “reprochable”,
“indignante”, “destructivo”, “odiable”. Evidentemente, la autoridad de la
profesora se impuso, y el líder campesino se granjeó el rechazo de la asamblea.
Similarmente ocurre cuando critico la administración de Mejía, o el
funcionamiento del IDEAD. Los invito a revisar las redes sociales.
La
“matrícula 0” es una forma de expoliación del patrimonio de la UT. Nunca fue el
gesto de resarcimiento del olvido de las gobernaciones hacia la institución.
Veamos. La UT recauda en matrículas de pregrado algo más de 14.500 millones
semestrales, y el mensaje que quedó en la retina es que este monto sería
cubierto, principalmente, por la gobernación del Tolima. La huelga de hambre de
los estudiantes fue invisibilizada (Nietzsche, Hobsbawm, o Fontana, de nuevo
tienen razón, pues la epopeya fue escrita por los “vencedores”). Pero nada de
esto es cierto. Las inversiones reales en un semestre serán estas: $1600
millones del gobierno nacional (Generación E), $1000 millones de la gobernación
para estudiantes vulnerables, 3300 millones del gobierno nacional para estratos
1 y 2, y $4500 millones de aportes discrecionales de la gobernación, producto
de la pandemia y de la lucha estudiantil, principalmente. En estricto, la
gobernación solo aportará $5500 millones semestrales, o $11.000 millones
anuales. Los demás recursos del departamento del Tolima son parte de la base
presupuestal de la UT, y fueron incrementados también por la movilización
universitaria. Por lo cual, ni siquiera los podemos considerar como parte de
sus convicciones programáticas.
Por
tanto, el gobierno nacional dispuso de ayudas contingentes semestrales por
$4900 millones y de los ingresos de la UT se aportarán, por tanto, $4100
millones semestrales ($2600 millones de descuentos o becas propias más $1500
millones de aporte final de la administración Mejía). Como pueden notar, la
“matrícula 0” implica en realidad, una “devolución” monetaria de una parte
importante de todos los programas de alimentación, salidas de campo, entre
otros, que dejaron de invertirse en los estudiantes por la pandemia. Y los
recursos anuales de la gobernación, o sea, $11.000 millones se convirtieron,
como “contraprestación”, en $16.000 millones anuales de contratación
burocrática adicional respecto a 2018, más toda la contratación en consultorías
y obras que pudieron haber quedado en manos de sus contratistas de confianza.
Recientemente se descubrió el caso del uso clientelar de la Universidad
Metropolitana de Barranquilla, por parte del senador Eduardo Pulgar.
Operaciones que, seguramente, se han producido por años en la UT, con la
anuencia de sus rectores, y cuya modalidad preferida y más segura de “pagar”
los compromisos clientelares es “enmascarando” ayudas a las universidades
regionales.
Ahora
bien, ¿por qué hablar de lo doméstico, de esta microfísica de cosas inanes?
¿Cuál es la causa de esta obsesión? La respuesta es fácil. Porque solo allí es
que podemos impugnar con letalidad el poder político y sus expresiones
moleculares. Esa barahúnda revolucionaria en el papel y los cafetines, al lado
de esa sumisión “colonial” que al mismo tiempo practican en Colombia la mayoría
de los miembros de las élites intelectuales y políticas de izquierda o de
centro izquierda, revelan uno de los secretos de las múltiples “sujeciones del
poder”, esto es, la visión elitista de que la fuerza social que empuja los
cambios son los “mantecos”, y que ellos están llamados a dirigirla o
canalizarla (cuando se dé el momento, en estado de ex-spectare, o sea, contemplando desde fuera). La
“aristocratización” de los potenciales impugnadores del poder es tan vieja como
las primeras sociedades preestatales. La grandilocuencia, el globalismo, la
metanarrativa, la exigencia abstracta por cambiarlo todo, el radicalismo
simbólico, entre otros “actos de habla”, son su denominador común, mientras
que, en sus vidas cotidianas, actúan de manera subordinada a todas y cada una
de las demandas de los poderes instituidos. Son como “gatitos” domesticados a
fuerza de OPS, amenazas de despido, de advertencias de exclusión por parte del
poder político que los arropa, o de desvinculaciones de toda suerte de
consultorías.
Lo
reprobable es, por supuesto, que estas élites políticas e intelectuales no sean
capaces de oponerse, en la esfera “molecular”, a todas las formas de dominio
que destruyen el país en lo concreto. Históricamente, las masacres que se han
cebado sobre la oposición política han afectado sistemáticamente a los
“mantecos”. Precisamente por eso, porque en cada asociación campesina, en cada
cabildo indígena, en cada cooperativa agraria, en cada organización sindical de
base, en cada gesto de resistencia cotidiana, son los que realmente socavan los
órdenes materiales del poder. Sus palabras son potencias en acto, a decir de
los escolásticos. No hay “carreta”. Por ello, deben ser el centro de los
asesinatos selectivos y de la represión estatal. Evidentemente, los magnicidios
en la oposición son una tragedia, pero hasta en esto hay una repartición
asimétrica del sufrimiento: para mí es tan importante y dolorosa la muerte de
un líder campesino del Cauca, como el asesinato de Gaitán o de Pizarro. Esta
asimetría es otra forma aristocrática de repartir la resistencia al poder, bien
refinada por el poder centralizado desde hace milenios. En suma, luchar por
expulsar toda politiquería de la UT es tan importante como luchar por la
redistribución de la tierra y de la riqueza en Colombia.
Profesor Asociado de la UT
Imágenes de referencia:
http://medios.ut.edu.co/
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